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lunes, 28 de mayo de 2012

Fantasmas.

Sí, vivimos rodeados de fantasmas. Todos los momentos pasados en nuestra vida nos marcan cicatrices que llevamos como medallas, no debemos avergonzarnos de ellos. También están las personas que han pasado por nuestra vida, que nos han hecho llorar de felicidad o de tristeza. Cuando acaba una relación se queda el fantasma de la persona con la que hemos compartido un trocito de nuestra vida, que quieras que no, lo seguirás recordando con el paso de los años, y estará permanentemente, de ahí su nombre de fantasma. Yo clasifico los fantasmas en dos tipos: buenos y malos. Los buenos son aquellos recuerdos y personas que han dejado huella en nuestra vida de una forma u otra, que nos hacen valientes cuando los recordamos, que han entregado un trocito de nuestro corazón para hacernos felices, y que aunque en este mismo momento no estén, es como si estuviesen, apoyándonos en cada paso de nuestra vida. Los malos son aquellos con los que no queremos compartir este viaje llamado vida, y que aunque queramos quitárnoslos de una forma u otra no se van. Son abejitas que nos rondan por la cabeza, y que muchas veces nos amargan un día, una semana e incluso años. Pero creo que no tenemos que intentar deshacernos de ellos, debemos intentar vivir con ellos, compartir nuestra vida y guardarlos en un rincón de nuestra memoria. Muchas veces necesitaremos echar una mano de ellos para sacarnos de situaciones complicadas, porque nos hacen madurar, nos hacen ver que la vida no es perfecta, pero son una ayuda para resolver y evitar problemas. Gracias a ellos vamos aprendiendo día a día.

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